Siento su dura mirada. Los ojos, de un color que cada vez me
parece más extraño, clavándose en mí. Y un escalofrío recorre mi espalda.
Siempre me sucede. Cada vez estoy más acostumbrada a sus miradas, pero cada vez
siento más miedo. El terror me envuelve, porque nunca consigo reconocerle. Me
intimida. Y eso me derrumba. Sus ojos recorren mi cara, mi cuerpo, juzgando
cada centímetro de mi piel, cada esquina de mi pensamiento. Y lo hace
fríamente. Me conoce bien, pero yo no sé qué esperar. Sabe tanto de mí que
conoce mis límites, y nunca para, los cruza. Y eso me atemoriza. Me hace sentir
pequeña, minúscula, y destruye la poca confianza que consigo reunir para
enfrentarle. Cada día es peor, cada día va más allá y me deja llorando en un
rincón, como un juguete roto.
La ansiedad aumenta cada día. Siento que me persigue, lo
hace por todas partes. Siento sus ojos, su mente, su frialdad.
Me vuelvo más loca a cada momento, intentando derrotarle.
Me vuelvo más loca a cada momento, intentando derrotarle.
Le he gritado, le he llorado, le he implorado. Pero nunca se
va, eso es lo que me responde su silencio. Y acabo donde mismo, en el mismo
rincón, que ya me conozco como la palma de mi mano.
La gente empieza a notarlo.
Empieza a ser algo físico. Yo también lo noto. Me noto la
irascibilidad corriendo por mis venas, me noto el cansancio de las horas sin
dormir, me noto el miedo, palpable en todo lo que hago. Estoy más ausente que
nunca.
Me gustaría volver atrás, a lo que tenía. No era feliz, pero
era. Era algo. Ahora siento que cada vez soy menos persona, menos yo. Que me
voy haciendo una nada. Una nada pequeña y vacía.
Ya no me siento con fuerzas para hacerle frente. Y dejo que su
mirada se me clave como cuchillos. No tengo fuerzas para estar en pie, para
aguantar su crudeza.
A veces pienso si vale la pena seguir con todo esto. Si no
es hora de dejar todo atrás, todo el dolor, toda la agonía. Coger uno de esos
cuchillos clavados en mi alma y hacer que mi corazón pare.
Pero no, no soy capaz. Me siento entre la espada y la pared.
¿Qué elijo? ¿La muerte o la muerte en vida?
No deja de perseguirme, cada vez tengo más claro que es
ella, que esa Muerte de verdad viene a por mí. Por eso duermo con las luces
encendidas, y con el cuerpo encogido, esperando que llegue. Sea lo que sea.
Otras veces espero y respiro hondo, intento ser fuerte, plantarle
cara.
Y me quedo allí, de pie, mirándole.
Y el espejo me devuelve la mirada.
Y me quedo allí, de pie, mirándole.
Y el espejo me devuelve la mirada.
Genial, la tensión es palpable, duele solo de leerlo. Me alegro muchísimo de que hayas decidido participar, que eso te haya hecho escribir, no nos merecemos perdernos esta clase de historias!
ResponderEliminarSoberbio y aterrador final...
Muchas gracias, de nuevo.
Eliminar¡Siempre haces que quiera escribir mucho más! ^-^
Enhorabuena genial relato
ResponderEliminarMuchas gracias Migui, ¡qué ilu que te haya gustado! :3
ResponderEliminar